Cada vez que
doy un paseo por el centro de Sevilla me busco cualquier excusa para pasar por
la Plaza de la Gavidia, un lugar que parece secundario al estar medio escondida
por las anexas Plaza del Duque y de la Concordia, más transitadas y populares.
Pero no puedo evitar la necesidad de parar un rato en un banco a ver esa
magnífica obra de Antonio
Susillo que es la estatua de bronce de Luis Daoiz, “heroico hijo” de la
ciudad, según reza la placa del monumento.
Una
fiera figura, con el pie adelantado, desafiante mientras mira al frente con
unos ojos a lo Travis Bickle. Una mano sostiene un pañuelo retador mientras la
otra descansa en la vaina del sable de capitán del arma de Artillería. Y es que
el conjunto del memorial a Daoiz es un completo poema dedicado a este cuerpo
tan ligado históricamente a Sevilla.
Daoiz
protagonizó, junto al también capitán Pedro Velarde, la gloriosa (y estéril,
por tanto) gesta del Parque de Artillería de Monteleón del 2 de mayo de 1808:
ser los únicos militares que secundaron el alzamiento popular contra el invasor
francés, detonante de la Guerra de Independencia.
Pérez Reverte,
en la reconstrucción novelada de aquél día, Un
día de cólera (Alfaguara, 2007), lo describe como un artillero callado,
centrado y decidido, pero también consciente de lo que sucedía y de qué papel –cobarde
por supuesto- jugarían sus superiores si el ejército se unía a la rebelión. En
contraposición, encontramos a un Velarde más impulsivo, temerario y pasional,
con un espíritu correoso y encendido que clama por hacer algo ante la
injusticia.
La orden era
cerrar las puertas. Olvidarse de los madrileños que manchaban con su sangre las
calles de una España inculta pero valiente, sometida pero indomable. Daoiz y
Velarde dijeron que no, armaron al vecindario y sacaron los cañones a la calle
para enfrentar a la infantería de Murat. Ninguno de los dos sobrevivió a aquel
día.
Estos
sentimientos encendidos son los que transmite el monumento, lo que hace que
merezca la pena quedarse un rato mirándolo… imaginarse estar allí, frente a las
puertas del cuartel, con el ejército de Napoleón, ese que paseaba por Europa
conquistando lo que pisa, esperando pasarte a cuchillo, mosquete y bombazo a ti
y al grupo de infelices soldados y ciudadanos que te acompañan.
No puedo
reprimir el impulso y me levanto del banco animado por el instinto y la acción.
Tan rápido que asusto al barrendero, el único que me acompaña en la solitaria
plaza. Me mira con cara de sorpresa y reprobación al mismo tiempo.
Lo ignoro y me
vuelvo a centrar en la figura de Daoiz, cuya estatua mira hacia la antigua
Capitanía General, hoy reconvertida en
sede de la Junta de Andalucía, el mismo edificio junto al que nació en
1767. A sus pies, el monumento está cercado con numerosos motivos artilleros: la
verja, 0de bronce (fundido, al igual que la propia estatua, en la antigua
Fábrica de Artillería de Sevilla), está formada por cañones, atacadores, cepillos
y sogas.
Las
culebrinas, tal es el nombre de ese tipo de cañones, siguen el patrón de aquella
época, las asas con forma de delfines, el escudo real de Felipe V, la divisa Violati fulmina Regis, Los rayos del Rey
ofendido(!), y los nombres asignados a cada una de las piezas. En este caso,
los inscritos son los asistentes a la inauguración del propio memorial, allá
por 1889: Velarde, Soane, Espinosa..., ilustres sevillanos que levantaron el
monumento a su hijo predilecto.
Para saber más
sobre estos asuntos castrenses es recomendable el pormenorizado estudio de la
materia, 700 años de Artillería, que en
realizó el Coronel Don Antonio de Sousa.
Los
bajorrelieves del pilar representan, por un lado, la defensa de Monteleón y,
por el otro, la agonía del héroe, Daoiz en la cama y rodeado de camaradas, una
escena de las más destacables del libro de Reverte.
Hoy se cumplen
202 años de aquél día. Y me vuelvo a sentar frente a Daoiz, en otro momento de
crisis que acosa al país, a reflexionar sobre la influencia de Francia, si
alguien se alzará de nuevo contra la invasión (económica en este caso), si por
fin tendremos un líder de esos que saben qué hacer y cuándo… quizás habrá que
sacar de nuevo los cañones a la calle y dárselos al pueblo.